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Sobornar es corromper a una persona mediante una dádiva, para que haga lo que no debe o deje de hacer lo que debe. La definición pone al desnudo su malicia : el soborno introduce el desorden propio de toda injusticia. La sociedad, el cosmos viven inmersos en una red de vasos comunicantes y sustentados en el equilibrio de leyes y fuerzas estructurales. Si un eslabón de esa cadena hace lo que no debe o deja de hacer lo que debe, la sociedad queda desestructurada, el cosmos empieza a transformarse en caos.
El soborno es un acto corruptor, que envilece a quien lo propone. El ya asume que sus talentos, sus títulos y sus méritos son insuficientes para asegurarle la consecución del bien deseado : su comportamiento tramposo es equivalente al doping del deportista. El hecho de sobornar a otro implica proyectar en el otro, como en un espejo, la fotografía envilecedora que el sobornante ya ha hecho de sí mismo. Y la confianza que deposita en la mentira y en el fraude lo hacen acreedor al calificativo de hijo del “padre de la mentira y mentiroso desde el principio”, como denominó Jesús al demonio.
El soborno es un acto corruptor que envilece a quien lo acepta. Difícilmente convendría en recibir un pago por prostituir su cuerpo, y ciertamente protestaría indignado si alguien intentara reducirlo a la esclavitud. No tiene, sin embargo, inconveniente en vender, por dinero, su patrimonio más sagrado, la conciencia moral y con ello enajenar su libertad y dignidad.
El soborno es un acto corruptor por los bienes jurídicos y morales que pone en cuestión. Su escenario más frecuente es la administración pública, sobre todo allí donde el funcionario está dotado de atribuciones más o menos discrecionales o con escasa probabilidad de control punitivo. Valores como la fe pública, la seguridad jurídica, el acceso igualitario a la justicia, la trasparencia de una licitación, el respeto al patrimonio público y privado y a la libertad personal, el principio de no dañar a terceros inocentes y el imperativo moral de evitar el escándalo ( que desorienta, desalienta e incentiva a imitar el mal que otros acometen con éxito ) son otras tantas víctimas de la repugnante práctica del soborno.
En la definición y etiología del soborno juega un rol preponderante la naturaleza de la dádiva que en él se ofrece. Es dinero fácil, dinero a la vista, dinero abundante y en todo caso adicional al salario que se gana honestamente. Conocida es la atracción fatal que ese dinero ejerce sobre la conciencia : Jesús la calificó como idolatría, es decir, provocativa de un culto, ansia y exigencia que en rigor sólo Dios merece. Menos conocido es el destino de los idólatras: terminan devorados por sus falsos dioses. La dádiva corruptora transmite la sempiterna mentira: “nadie se va a enterar, yo lo necesito y por último yo me lo merezco”.
Contra esa mentirosa atracción fatal debe el funcionario inmunizarse mediante cuatro incentivos. El primero será el saludable ( y muy probable) temor de ser sorprendido, y así perder pan y pedazo. El segundo es la certeza de que todo dinero mal habido trae consigo su propia maldición, como todo lo que proviene de la mentira. El tercero es la sabiduría de reconocer que el principal patrimonio del alma son la honra y la paz del corazón. Y el cuarto, la insuperable alegría de mirarse al espejo, o cara a cara a los hijos, coSn la irradiante certeza: “el único que me puede comprar es Jesucristo, que pagó por mí su sangre preciosa, no para corromperme sino para salvarme”.
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